30 experiencias únicas en Lisboa
Publicado en 01. ene, 1970 por Sebastián Álvaro en General
Antes que Cristo, Lisboa ya estaba aquí; y de aquí no se han movido sus colinas ni su río, y aquí siempre hubo calles adoquinadas. Entonces, ¿por qué el mundo ha tardado 3.000 años en descubrir Lisboa?
Los jóvenes sonrosados y los chinos maduros que fotografían a unos albañiles trabajando en el suelo de rodillas no lo van a saber contestar, boquiabiertos ante el espectáculo en Cais do Sodré (muelle de Sodré), el centro turístico de Lisboa. Ajenos a su interés, los calceteiros siguen a lo suyo, con su martillo, su maza y sus piedras que van encajando, con infinita paciencia, en la calzada, partiendo los cantos uno a uno y, como un rompecabezas hipergigantesco, formando letras, escudos, números, en blanco y en negro. En Lisboa, las calles se hacen piedra a piedra; es la famosa calzada portuguesa. Manel y João son de estos artesanos de calles formados en la Escuela Municipal. No hay muchos. En 30 años de escuela, la media es de seis alumnos anuales. Aunque el empleo está asegurado, trabajar con el espinazo doblado no anima.
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Vista del MAAT (Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología), a orillas del Tajo, en Lisboa.
Vista del MAAT (Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología), a orillas del Tajo, en Lisboa. João Henriques
Los bordados en piedra negra para resaltar dibujos, o el nombre de una tienda, ya son trabajos más delicados, que llevan tiempo y mantenimiento. “Cada año pagamos por ello, pero con gusto, es algo secular”, explica Guilherme, tercera generación de la histórica mercería Adriano Coelho. En la acera, los turistas pisan sobre su nombre y el número de la calle. En la búsqueda de alternativas turísticas originales, José Pereira organiza rutas por las calzadas portuguesas más bellas, y la calle de Conceição, con sus mercerías del XIX, es una de las imprescindibles.
Lisboa se está poniendo reluciente a marchas forzadas, será simple casualidad que haya elecciones municipales a la vista (el 1 de octubre). El Ayuntamiento empieza a quitar coches y a abrir paseos. Cais do Sodré brilla con su recién estrenada calzada, abierta al río, en la ambición de que un día la gente pueda pasear por el Tajo desde Vila Franca de Xira hasta Cascais. La ribera lisboeta es una peregrinación continua de turistas, de arriba abajo, ahora una cerveza al sol junto a la Ribeira das Naus, en el quiosco de Almada y con una banda de jazz que pasa el sombrero; más allá, el Campo de las Cebollas, que hasta hace unos días era un campo de coches semiabandonados; más adelante, Santa Apolónia, con sus cruceros de día, las pizzas inigualables de Casanova a todas horas, y, de noche, el bailoteo de Lux.
Pocos turistas se acercan a la casa de Amália Rodrigues, la mayor fadista de todos los tiempos, en la calle de São Bento
Lisboa reluce a la vez que lucha por mantener la nostalgia de sus viejos palacios, de sus tradicionales tabernas, de sus seculares tiendas y otoñales vecinos, que, finalmente, es lo que atrae a los extranjeros que felizmente han encontrado el sosiego en la punta de la nariz de Europa. No es fácil el equilibrio. En tres años, el precio de los pisos ha subido un 49%, hay en construcción 31 hoteles; el aeropuerto no da más de sí. Desde 2014 es la capital europea que más crece en turismo, la ciudad está dejando de ser barata, pero sigue siendo un refugio de sosiego.
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Terraza del Park Bar, en el último piso de un aparcamiento lisboeta.
Terraza del Park Bar, en el último piso de un aparcamiento lisboeta. João Henriques
Lisboa mantiene la tensión entre la tradición, que le otorga su singularidad, y la modernidad, que le da el dinero para levantar los palacios que se caían; pero sus encantos no se encuentran tanto en la piedra como en su gente. Estrela Carvas, por ejemplo, no se ha movido de su casa desde hace 40 años, y llegó tarde, pues la casa se levantó antes del terremoto de 1755. Aguanta torcida y quejosa en la calle de São Bento, tan interesante. La casa de Estrela es también la de Amália Rodrigues. Pocos turistas se acercan hasta este templo de la mayor fadista de todos los tiempos. Estrela vivió en la casa de Amália y con Amália durante décadas, y hoy la enseña, tal cual la dejó Amália el 6 de octubre de 1999.
Qué mejor cicerone que Estrela, que va contando lo que no se ve en la casa, pero se siente: “Amália nunca cantaba en casa, ni en el baño”, explica ante el piano de cola del salón. “El piano era para los músicos y los compositores, que registraban la música aquí y luego la llevaban al estudio, pero cantar solo le cantaba a Xico, pero nunca aprendió nada”. El papagayo Xico ha sobrevivido a su dueña y sigue en el patio, graznando y sin acertar una sola nota musical.
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Monumento a los Descubrimientos en Bélem.
Monumento a los Descubrimientos en Bélem. João Henriques
Hablar con Estrela, contemplar a Xico, es pura Lisboa, pura nostalgia, un sentimiento que solo en este país no se identifica con el pasado. Desgraciada o afortunadamente, los turistas no se acercan por aquí, concentrados en el Chiado, en la Baixa y su ribera, y, los más aventureros, en Alfama y la Morería, barrios sin duda atractivos, pero sin la intimidad de Santos-o-Velho. Su discreta existencia choca con la vecina modernidad nocturna de Alcántara y, más allá, con la moda de la megalomanía arquitectónica del MAAT, en un afán por crear nuevas atracciones. Ajenos al espectáculo artificioso, los europeos de fin de semana, los jubilados españoles de entre semana, y los asiáticos y brasileños de cualquier época, siguen fotografiándose con los calceteiros que esculpen, piedra a piedra, una calzada portuguesa.
Después de tres años pateando la ciudad, desde Belém a Marvila, de ver cómo se levantaban fachadas de la nada como decorados de Hollywood, permítaseme un consejo, señor alcalde, aunque sea de un extranjero: Lisboa es linda, Lisboa es única, no la arregle más.
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Mirador del centro comercial de Amoreiras, en Lisboa.
Mirador del centro comercial de Amoreiras, en Lisboa. João Henriques
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