Todo empezó con un breve correo de un amigo canario: “Sería un lujazo que vinieras a conocer la selva más antigua de Europa. Una isla donde combinas pasear por las junglas de Costa Rica con el caminar por los barrancos con paisajes como el Machu Pichu y terminar, en cualquier época del año, dándote un bañito en playas de arena negra después de disfrutar de una cervecita fría y un pescadito fresco con sus papitas arrugás y su ensalada de aguacates. ¿Se puede pedir algo más?”
Así que aprovechando una invitación de mi amigo de muchos años Pedro Millán, para dar una conferencia en las Pirámides de Güimar sobre mi última expedición a Georgias del Sur, le dedique tres intensos días a hacer varias escaladas y caminatas por algunos de los lugares más bellos de Tenerife (una isla donde siempre me encanta descubrir pequeños tesoros de la mano de quienes mejor los conocen) y también de La Gomera, otra de las más bellas islas del archipiélago canario y quizás de las más desconocidas, probablemente aplastada por la cercanía de Tenerife y la alargada sombra del Teide, un volcán convertido durante siglos en un símbolo de las montañas más altas del mundo y en un modelo de las fuerzas generadas por el interior de la Tierra.
Visito regularmente las islas, que me parecen un lujo para los amantes de los grandes paisajes, además del auténtico motor del turismo, convertido, por falta de iniciativa, imaginación y esfuerzo, en la industria monocultivo en las islas. Siempre que piso el suelo canario y veo extenderse las urbanizaciones trepando desde el borde del mar, pienso que alguien debería reflexionar en conjunto sobre estos paisajes, cada día más urbanizados, ya que de ellos depende su supervivencia y su economía. Muy especialmente de los cuatro Parques Nacionales de Canarias que son el reclamo de los más de seis millones que los visitan cada año, aproximadamente la mitad de los que llegan a las islas todo el año. Y a pesar de ello los recortes en los Parques Nacionales, que, recordemos, tienen las competencias transferidas a las Comunidades Autónomas, amenazan seriamente la conservación y el futuro de estas joyas delicadas que deberíamos preservar como relicto de los paisajes que tuvimos y como el único prometedor futuro de una región que depende, como ninguna otra en Europa, de la industria turística.
En una visita anterior ya había estado descubriendo los inigualables valores de La Gomera y Garajonay que cuenta con una magnífica flora y fauna endémica, de gran relieve dentro de la biodiversidad mundial, pues La Gomera es la isla con mayor porcentaje de endemismos de toda Europa; esa es la razón de que fuese declarada en julio de 2012 Reserva de la Biosfera. De las 90.000 hectáreas originales de laurisilva que hubo en Canarias, quedan sólo 16.000, y de ellas sólo 6.000 en buen estado de conservación. De estas 3.000 están en Garajonay. Un porcentaje elevado de los árboles grandes de la Laurisilva canaria están en La Gomera. Se entiende perfectamente con estos datos que son lugares únicos en el mundo y de un significado indescriptible para todos los canarios, que no hace mucho vieron arder uno de sus mayores patrimonios forestales.
También conozco desde hace mucho tiempo los otros tres parques, qué conforman unos espacios complementarios y únicos de la biodiversidad: Timanfaya, es un laboratorio único para ver cómo la vida va colonizando una isla surgida del fondo del océano. Es un vulcanismo maravilloso, que se puede observar día a día. Del Teide poco hay que contar que no se haya dicho: es la mayor atracción turística con casi 4.000.000 de visitantes al año, una flora única en el mundo, la montaña más alta de España, y durante mucho tiempo considerada la mayor del mundo, un auténtico faro en medio del océano que sigue guiando, como antaño, a los marinos que regresan a casa, aunque desgraciadamente ahora sean más las pateras que las carabelas.
Todo es atrayente en el Pico del Tenerife, los colores de la lava, su fauna, el olor de la altitud, la historia de todos aquellos, desde los soldados de Cortés a Humboldt, que hicieron de este volcán un modelo que se repartió por todo el mundo.
Por su parte, la Caldera de Taburiente, en La Palma, es una caldera de erosión impresionante, única en el mundo. En ella habita el mejor pinar canario que existe. Un ecosistema adaptado al fuego del volcán que no deja a nadie indiferente. Una isla hecha para ser caminada, para ser observada con la lentitud que requieren las obras de arte, a ritmo humano. En su cumbre, el Roque de los Muchachos donde se ubica el Gran Tecán, uno de los observatorios astrofísicos más importantes del mundo.
Además, los cuatro Parques Nacionales canarios son Reserva de la Biosfera. Y Garajonay y el Teide, también son Patrimonio Mundial de la UNESCO. ¿Hay muchos sitios así en el mundo? Pues en Canarias, con tan solo el 1,5% de todo el territorio español, tenemos cuatro Parques al alcance de la mano. Lugares que son nuestros, para el uso y disfrute de todos los ciudadanos, y que debemos exigir que sean protegidos y conservados con la mayor eficacia y esmero. Es una herencia que debemos traspasar a nuestros hijos.
Por ello observo con creciente preocupación la marcha de los Parques Nacionales en Canarias. En realidad de toda España, pues desde que su administración se cedió a las Comunidades Autónomas, el grado de deterioro de esos paisajes únicos del territorio español ha ido en aumento. Hace unos días bajaba de la cumbre del Veleta y la verdad es que me daban ganas de llorar. Que un lugar con el título de Parque Nacional se haya convertido en un auténtico basurero debería ser motivo para que se encendieran todas las voces de alarma. No sé cuál es la razón, probablemente la estación de esquí y los millones de personas que hacen uso de ella estén en la raíz del problema, pero nadie con responsabilidad conservacionista, a nivel autonómico o estatal, debería permanecer con los brazos cruzados. Esos espacios DEBEN ser conservados por encima de cualquier interés particular o político. Porque es una de esas cuestiones en la que los principios deben prevalecer por encima de los intereses. Para eso precisamente se inventaron los Parques Nacionales.
Supongo, aunque no soy un entendido en leyes, que cuando una administración autonómica no cumple con sus obligaciones en materia medio ambiental, el gobierno de la nación tiene herramientas para hacer que prevalezcan el bien común y el espíritu de la ley.
Supongo que, en este aspecto, en todos las Comunidades Autónomas cuecen habas. Desde luego ocurre en las Islas Canarias en el tema que nos ocupa, donde los recortes han sido, en este aspecto, brutales. Algunos amigos canarios me han sugerido que el Estado ha transferido dinero y recursos que luego se desvían a otros apartados muy diferentes. ¿No convendría que hubiera un debate abierto en el Senado de este tema, los Parques Nacionales y su gestión, por ejemplo, en lugar de tantas trifulcas políticas que ya nos aburren? ¿No sería suficientemente importante para que algunos partidos, más proclives a la conservación, hicieran de este punto uno de los más importantes de su programa electoral…?
Hace un año un trabajador de los Parques Nacionales de Canarias me escribió una demoledora carta que me dejó sumido en la perplejidad: “Desde que nos transfirieron a la comunidad autónoma, los Parques Nacionales de Canarias hemos pasado de luchar por la Champions, es decir, de estar entre los mejores espacios protegidos de Europa, a luchar por no bajar a tercera división. El abandono y desdén por parte de nuestros políticos ha sido total”.Ya sé que corren malos tiempos pero es, justo ahora, cuando se descubre lo mejor y lo peor que tenemos. El empuje del secesionismo, pero también del populismo demagógico, el racismo, la xenofobia a los inmigrantes, la ascensión de fuerzas como el Frente Nacional francés y de otras parecidas, nos muestran la cara más sórdida del egoísmo personal y colectivo y de que corren malos tiempos para hablar de solidaridad. Pero por eso ahora es más necesario que nunca, es ahora cuando más necesitamos altura de miras, sensibilidad, generosidad y la imprescindible solidaridad, precisamente con aquellos que peor lo están pasando. Puedo asegurar que en mi pequeña parcela me estoy esforzando, haciendo todo lo que puedo, consciente de lo mucho que nos jugamos todos. Y también es el momento de saber discriminar, donde se puede, o no, dejar menos dinero o quitar cosas superfluas y no de las esenciales. Hagamos de la necesidad virtud. Es el momento de dejar de hacer mal muchas cosas y ahorrarnos dinero en banalidades sin cuento, para invertir en aspectos esenciales.
Canta Sabina en una hermosa canción: ¿Quién me ha robado el mes de abril? Y yo creo que, como nación, como sociedad, lo que nos robaron a los españoles fue el siglo XIX, donde sucedieron hechos tan trascendentales como la Ilustración, la Ciencia, la industrialización, el romanticismo, la aventura moderna, y muy en particular el alpinismo y, desde la perspectiva conservacionista, la nueva mirada sobre el paisaje, el nacimiento y propagación de los Parques Nacionales por todo el mundo, en definitiva, un avance de la civilización y el mundo moderno. Todo eso nos lo perdimos y, a cambio, entramos en las guerras carlistas en las que, a veces, me da la sensación de que seguimos anclados. Proteger la red de los Parques Nacionales de Canarias, y la del resto de España, es una necesidad prioritaria que marcará nuestro futuro y nuestra convivencia. Hay que intentar recuperar el tiempo perdido.
Déjenme que les diga, si me lo permiten incluso con una pizca de provocación, que me parece más decisivo este tema que el del referéndum catalán. A mí desde luego me interesa más. Ahora que se habla de posibles reformas de la Constitución me parece sorprendente que ninguno de los grandes partidos, e incluso de los que les siguen a la zaga, (que yo sepa) haya planteado ningún cambio en este aspecto. Y sin embargo no hay más que viajar por España para darse cuenta de cómo parcelas de urbanización van ganando espacios a los terrenos naturales. Es mucho lo que hemos perdido porque esos lugares no sólo son joyas de la naturaleza de esas provincias y autonomías, en este caso Canarias, sino de toda España.
El recorte brutal de la administración autonómica canaria, ha puesto en cuestión lo más básico que nos une, el sentido de pertenencia al territorio. Por si este argumento hiciera sonreír a algunos, también les diría que, además, es el mayor motor económico, el mayor atractivo para las personas que nos visitan, y que también comienzan a verlos como suyos, como parte de ese intangible patrimonio natural de la Humanidad. Estoy hablando de la campaña contra los incendios, el mantenimiento de los senderos, el centro de visitantes, la educación ambiental y una larga lista de cosas que se perderán o quedarán reducidos al mínimo.
En mi opinión, y en la de muchos ilustres defensores del medio ambiente, como mi maestro el catedrático Eduardo Martínez de Pisón, la desdichada sentencia del tribunal constitucional del 2005 que entregó la administración de los Parques Nacionales a las comunidades autónomas, está en la raíz de muchos de los males que aquejan a esas joyas de la naturaleza y biodiversidad que es de todos nosotros. Justo es ahora cuando debe salir lo mejor de nosotros, no la insolidaridad egoísta, sino el mayor grado de civilización y cultura, nuestra mayor cohesión, nuestra inmensa fortaleza solidaria. Y a todos nuestros gobernantes hay que exigirles mayor altura de miras, mayor responsabilidad. Queremos que nos expliquen estas cosas y que no se enzarcen en cuestiones que sólo les interesen a ellos, a sus círculos de poder y redes de clientelismo. Ese modelo es el que está en crisis, no el de la alta política, el de la gestión de lo común y la defensa del bien común de los ciudadanos. No podemos recortar la generosidad. Lo que tenemos en común es tan bello, frágil y delicado que debemos conservarlo y si es posible mejorarlo. Si no lo hacemos no sé cómo podremos contárselo algún día a nuestros hijos.
Article source: http://viajes.es.msn.com/blogs/sebastian-alvaro/post.aspx?post=7f8c55a5-0b6b-44ad-80be-2fc7b50744a8
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